jueves, 17 de febrero de 2011

Nuevo Poder de Veto de la ciudadanía.

Poder de Veto de la Ciudadanía-La política en la calle. Laura de Marco
La Nación 21/9/2008

La toma de conciencia del ciudadano en el sentido de participar activamente en aquello que le concierne y que no quiere dejar exclusivamente en manos de los partidos políticos y/o de las corporaciones ha desembocado en un nuevo poder de veto de la ciudadanía. No se trata de movilizarse o manifestarse para obligar al poder político a "hacer algo", sino en vetar masivamente algo que consideran erróneo, nocivo  o arbitrario. Las manifesaciones en los países árabes, los movimientos de indignados y los movimientos asamblearios indican que la sociedad está recuperando el derecho a evaluar lo que los pensadores clásicos llamaron: legitimidad de ejercicio. Se está perfilando un fenómeno interesante: los mismos que votaron a un partido o a un dirigente se movilizan poco tiempo después en contra de alguna medida que ese partido o ese dirigente quieren imponer. Los casos se describen en este artículo que reproduzco.



"Tal vez haya que ubicar la matriz política de este nuevo veto ciudadano, simbolizado por los cacerolazos o los cortes de ruta, en el estallido de 2001, que terminó desalojando a Fernando de la Rúa del poder: fue esa foto la que hizo visible el primer cacerolazo de efectos concretos.
¿Nació entonces, en 2001, una ciudadanía con características nuevas y capacidad de veto, cuyas claves parecen escapársele a la clase política actual, que sigue leyendo con lentes viejos fenómenos nuevos?
Y, en esa misma línea: el intenso movimiento social que obligó a girar las retenciones móviles al Congreso, ¿puede incluirse en esta modalidad de veto o fue otra cosa? ¿Existe en la Argentina, como en otras democracias occidentales, una tendencia de la gente a la autorrepresentación, en un escenario de partidos débiles e instituciones ineficientes?

Pero esta ciudadanía siglo XXI, con claves propias, no parece ser un fenómeno exclusivamente argentino, aunque en la Argentina de 2001 se dio con características criollas. Se trata, por el contrario, de un movimiento social que muchos politólogos e investigadores vienen estudiando y que se da, con particularidades propias en cada caso, en las democracias occidentales. Nadie todavía comprende muy bien esta dinámica, admite el politólogo argentino Aníbal Pérez Liñán, desde la Universidad Pittsburgh, "por eso es fácil entrar en pánico cuando las cacerolas empiezan a sonar".
Quien le ha puesto en la Argentina lupa a los efectos generados por los movimientos sociales nacidos en 2001, con el "que se vayan todos", es el investigador Isidoro Cheresky y su equipo del Conicet, integrado por los politólogos Federico Montero y Darío Rodríguez. La investigación de Cheresky tiene una hipótesis central: el cacerolazo es una forma novedosa de veto ciudadano y, a la vez, es el "nuevo consenso" de una ciudadanía diferente, cocinada en el horno político del comienzo del nuevo milenio.
Pérez Liñán le agrega un dato interesante y extiende su análisis al resto de América latina: lo novedoso aquí no es que existan movilizaciones para vetar políticas públicas o, incluso, para reclamar la salida de un gobierno, sino la frecuencia y el éxito que ha tenido esta estrategia. Las pruebas: a partir de los años ochenta, 18 gobernantes latinoamericanos perdieron el cargo a raíz de estallidos ciudadanos.
Pero, ¿qué características propias tiene este "modo de ser" ciudadano?
Hay que decir, para empezar, que se trata de una sociedad civil muy diferente de la que existía en la década del 80, donde todavía un candidato lograba movilizar a un millón de personas para un acto. Este modo de ser en el espacio público es, también, más virtual que real, pero no por eso menos potente. Digamos que todo lo contrario. Esta ciudadanía pesa decisivamente sobre las instituciones, aunque no esté presente. O, mejor, aunque su "presencia virtual" se da a través de las encuestas de opinión y de los medios masivos de comunicación, que amplifican cualquier protesta, por más pequeña que sea.
Además es activa, fluctuante, mucho más independiente que en el pasado de cualquier corporación (sindicatos, partidos políticos, etc.), y, sobre todo, tiene poder de veto al día siguiente de votar. Hay algo curioso aquí, dicen quienes se dedican a estudiar este mecanismo: los que votan suelen ser los mismos que vetan, como ocurrió con el conflicto del campo, en el que muchos de los que salieron a las rutas a protestar habían elegido a Cristina Kirchner en las urnas, pocos meses antes.
Es que, según esta mirada, la legalidad de los presidentes democráticos actuales ya no se consigue sólo en las urnas, como argumentaba el gobierno K durante la pelea con el campo. Según Cheresky, hoy la "otra columna" de una democracia occidental es la opinión o el peso que esta ciudadanía tiene en un escenario de identidades partidarias frágiles y relaciones fluctuantes con el líder político.

Toda esta novedad debe ser sazonada con un escenario post 2001 en el que se registra un retroceso de las corporaciones en general. Un escenario de instituciones débiles, que forman un terreno fértil para el nacimiento de ciudadanos que tienden, cada vez más, a la autorrepresentación, con todas las virtudes y todos los peligros que encierran estas movidas.

 En un reportaje reciente con LA NACION, Cheresky lo explicaba así: "El actor principal en la crisis del campo son los autoconvocados, que deliberan y votan al lado de la ruta. Vimos resurgir el asambleísmo, que es el signo de esta época, y que siempre emerge cuando hay problemas de representación política". Y agregó: "Los partidos ya no son los organizadores de la vida política, y no van a volver a ser lo que eran: se ha fracturado la identificación de los ciudadanos".
Pueblo, gente, multitud

Protestas y protestas
Lo que parece seguro es que el nuevo milenio abrió un nuevo juego político: un juego sin vuelta atrás, en el que el "pueblo" fue definitivamente reemplazado por la "gente" o, en términos más modernos, la "multitud".
El asambleísmo y el veto ciudadano no son fenómenos argentinos ni ocupan únicamente a los politólogos locales. Son materia de estudio de intelectuales en todo el mundo. Uno de ellos es el francés Pierre Rosanvallon, autor de La contrademocracia, un libro que hace eje en la idea de la desconfianza ciudadana en la representación. También el italiano Paolo Virno, autor de La gramática de la multitud, habla de este cambio cuando decreta la muerte del "pueblo" y su reemplazo por la "multitud", a la que describe como inclinada hacia formas de democracia no representativa. Así las cosas, mientras el "pueblo" converge en una voluntad general -de contenido positivo, si se quiere-, la multitud sólo converge "contra" algo.
La "contrademocracia" alude a los poderes indirectos de las democracias occidentales, como aquel que encarna, por ejemplo, la figura del defensor del pueblo. Rosanvallon asegura que la desconfianza es una clave de la nueva ciudadanía, que utiliza tres pilares: el control, el veto (el estallido) y la calificación de la actuación de los representantes.
El italiano Toni Negri, autor de Imperio, es otro que habla de la crisis de las instituciones tradicionales. Y en cuanto al término que usa Cheresky para denominar este fenómeno -"democracia inmediata"-, está tomado de su colega Dominique Schnapper".

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