viernes, 26 de abril de 2013

De Kerckhove: El gobierno electrónico



 El gobierno electrónico
El especialista en tecnologías de la comunicación Derrick de Kerckhove está convencido de que la clave para el desarrollo de los pueblos se encuentra en Internet. Un uso racional de la red de redes virtuales, dice, no sólo permitiría a los ciudadanos del mundo liberarse de burocracias estatales corruptas o negligentes (con el consiguiente ahorro de energía y recursos financieros), sino que, además, reportaría el beneficio adicional de despojar a la política de su componente pasional. Las ideologías –a su juicio más perjudiciales que benéficas– quedarían así reducidas al resabio de un modo de participación política obsoleto en el siglo XXI.


La fórmula que propone De Kerckhove es simple: e-government (gobierno electrónico) más transformación de la actividad política en administración de servicios para los ciudadanos debería dar como resultado un Estado justo, honesto y eficiente.
Acostumbrado a visitar Buenos Aires, pero mucho más a reflexionar sobre sofisticados avances tecnológicos en ciudades como Tokio, Toronto y Washington, De Kerckhove sabe que hablar de gobierno electrónico en la Argentina de hoy puede ser visto como una excentricidad o un rasgo de esnobismo intelectual. Sin embargo, confía en que los años que ha dedicado a la investigación del tema le permitan hacer un pronóstico acertado.
Nacido en Bélgica en 1944, pero nacionalizado canadiense, entre 1972 y 1980 Derrick de Kerckhove trabajó junto a Marshall McLuhan como su traductor, asistente y discípulo en el Centro de Cultura y Tecnología de la Universidad de Toronto, creado por McLuhan, en 1963, para estudiar los efectos físicos y psicológicos de los nuevos medios de comunicación sobre los individuos y las sociedades.

Después de la muerte de McLuhan, ocurrida en 1980, De Kerckhove continuaron sus investigaciones y las profundizó, particularmente, en el campo de la lingüística relacionada con la cibernética. Sus puntos de vista, a menudo audaces, han sido publicados en libros como "The Skin of Culture" ("La piel de la cultura", 1995), "Connected Intelligence" ("Inteligencia conectada", 1997) y "The Architecture of Intelligence" ("La arquitectura de la inteligencia", 2000), entre otros, y lo han convertido en un conferencista muy solicitado en América, Asia y Europa. (Hace poco fue invitado a un congreso sobre sistemas de gobierno, realizado en Venecia, al que también concurrió el filósofo Richard Rorty.)
Actualmente, De Kerckhove dirige el Programa McLuhan de Cultura y Tecnología de la Universidad de Toronto, se desempeña como docente en Washington y como consultor internacional en temas culturales y relativos a los medios de comunicación. Es doctor en Lengua y Literatura Francesas por la Universidad de Toronto y doctor en Sociología del Arte por la Universidad de Tours. Recientemente estuvo en el país para ofrecer una serie de charlas, invitado por la embajada de Canadá y por el Instituto Superior de Carreras Empresariales y Ambientales.

-Una de sus últimas visitas a Buenos Aires ocurrió a fines de los años 90, cuando comenzaban a difundirse en el país el uso de Internet y del correo electrónico. ¿Cómo ve la evolución que hubo en la Argentina en ese campo respecto de otros países, como Canadá, por ejemplo?
-Diría que la principal diferencia entre la Argentina y Canadá es que allí hemos superado la fase del cibercafé: todos tienen su computadora, su conexión on line en casa. Ahora se mira al futuro de la Internet portátil. Por lo demás, la evolución aquí es la misma que en Canadá, aunque un poco más tardía. Por ejemplo, el gobierno electrónico no existe en la Argentina y en Canadá está muy desarrollado.

-¿Qué es el gobierno electrónico?
-Es el sistema por el cual la mayoría de los servicios que tiene que ofrecer un gobierno está a disposición de los ciudadanos on line (en forma electrónica), lo que permite reducir mucho la burocracia y hacer más transparentes los procesos administrativos. Creo que en el futuro la política se orientará cada vez más hacia una función administrativa.

-¿Por qué?
-Porque, excepto en situaciones de crisis, los gobiernos no son necesarios y cuestan mucho dinero. La idea del gobierno electrónico es que los gobiernos sean verdaderamente un servicio público, que es lo que deberían ser aunque nunca se consideren a sí mismos de esa manera y tiendan a poner al público a su servicio.

-¿La política, tal como la conocemos, desaparecerá?
-En Canadá ya ha desaparecido, de alguna manera.

-¿Y eso es bueno?
-Excelente. Las ideologías son una gran pérdida de tiempo y de dinero. Por supuesto, en Canadá tenemos una especie de partido de derecha, conservador, y otro de izquierda, liberal. En realidad, los dos son de centro. Y en la medida en que hagan funcionar el país apropiadamente, los servicios públicos sean correctamente mantenidos y los bancos, confiables, a nadie le importa demasiado si esa administración la ejecuta alguien de derecha o de izquierda. Por eso, me parece perfectamente posible que, en un futuro no demasiado lejano, los gobiernos se vuelvan obsoletos.

-¿La utopía anarquista transformada en utopía electrónica?
-¡No, para nada! No queremos anarquía. Queremos regulación, control. Alguien limpia esta ciudad. Buenos Aires es un lugar que está muy bien desde el punto de vista del medio ambiente urbano. Eso es bueno y alguien lo hace. Queremos ciudades limpias, buenos sistemas de transporte, protección legal. Lo que quiero decir es que, actualmente, los ciudadanos pueden acceder a esos servicios en forma electrónica (de hecho, en Canadá ya lo hacen), sin necesidad de que ningún gobierno ideológico desperdicie el dinero de la gente en estructuras burocráticas.

-¿Cree que el ser humano puede prescindir de la actividad política?
-Honestamente, creo que a la mayoría de la gente no le interesan las cuestiones ideológicas. Las ideologías han creado polarizaciones que han llevado a la animosidad, la pasión y la furia, sin ofrecer buenos resultados a cambio sino, más bien, resultados desastrosos, como, por ejemplo, lo que ha ocurrido en los regímenes comunistas. Desde luego, todavía hay obstáculos para que la gente acceda al poder y a la toma de decisiones. Y siempre existirá, en toda sociedad, la necesidad de que haya gente concreta que trabaje en temas específicos. Pero no es necesario que esa gente eche raíces en un gran bloque ideológico. Las severas injusticias que sufren los ciudadanos vienen, precisamente, de una ausencia de servicios por parte del gobierno. Lo que se necesita es un servicio que nos traiga justicia social. Yo quiero que alguien recolecte la basura, quiero tener acceso al teléfono, a la electricidad; quiero tener la posibilidad de construir mi casa (dentro de las regulaciones del vecindario), quiero que funcionen los servicios públicos y privados. Eso es democracia. La obsesión por los gobiernos es una enfermedad.

-¿Qué papel representaría la democracia en un sistema de gobierno electrónico?
-Creo que una vez que el gobierno electrónico esté instalado, ya no serán necesarios los viejos sistemas operativos de la democracia, aunque seguirá habiendo debate democrático, sin duda, porque los temas hay que discutirlos. La mejor imagen que encuentro para ilustrar el desarrollo de la organización de un grupo humano prescindiendo de la política ideologizada es la ciudad. La ciudad continúa siendo el grupo humano de mayor extensión que requiere el acuerdo entre sus integrantes sobre temas como valores, normas de conducta pública, sistemas de salud y de educación. A ese consenso no se llega de un día para el otro, pero, una vez logrado, refleja las ideas promedio de todos.

-¿Usted cree que el gobierno electrónico es un sistema aplicable en todo el mundo?
-La política es innecesaria en un país que ha estabilizado su cultura electrónica. Para estabilizar la cultura electrónica es necesario haber alcanzado ciertos niveles de paz y de desarrollo económico, además de voluntad política. Canadá ha alcanzado esos logros. Y un país como la Argentina tiene un potencial tan grande como el de Canadá, o aún mayor en muchos aspectos (ciertamente, en el aspecto intelectual). Pero todavía esto no se puede instrumentar en este país, porque aquí nadie está listo para administrarse sin un gobierno. Sin embargo, lo que estoy sugiriendo es comenzar con el gobierno electrónico en los servicios públicos, por lo menos, para hacer transparente la transferencia de los fondos públicos. Cuando el dinero público se vuelva limpio, entonces el sector privado comenzará a pensar que debería hacer lo mismo. Hay varios libros acerca de la corporación desnuda; la corporación desnuda es aquella que dice lo que tiene. Si usted empieza por "desnudar" el gasto público, antes de que se dé cuenta todos estarán "desnudos" y los que permanezcan "vestidos" parecerán tontos, además de que verán peligrar uno de sus principales capitales: la reputación. Creo que el futuro de la Argentina está allí. El tema es cuán pronto querrá llegar a ese nivel la Argentina. En Canadá, ciertamente, estamos yendo en esa dirección. Lo único que me preocupa allí es cierta tendencia a la apatía que noto en la gente, cosa que no ocurre en este país. Aquí la gente se manifiesta en las calles.

-¿Eso le parece bueno?
-Es bueno y es malo. Es bueno porque la gente se involucra mucho más en los problemas de su país; es malo porque los políticos pueden usar eso, y de hecho lo hacen todo el tiempo. Es muy triste ver, a veces, la situación de la gente que lucha por una vida digna en países orgullosos como la Argentina. Aquí la gente sufre. Lo puedo ver.

-¿En qué lo nota?
-Hay una cierta tensión... La gente no es feliz. Uno toma un taxi y en cada esquina hay niños o familias que piden limosna o venden cosas. Es desesperante. De todos modos, creo que la situación se está recuperando y hay un brillo de esperanza, pero cuando vine aquí hace ocho años la existencia de la clase media era más evidente.

-¿Cómo describiría la realidad actual de la Argentina?
-La Argentina conserva dos sentimientos: por un lado, la nostalgia, el tango; por el otro, la sensación de no estar en el centro de las cosas, de que el centro está en otra parte. Los argentinos se han sentido humillados por los escándalos y quieren salir de esa situación y recuperar el orgullo y la confianza en sí mismos que tuvieron al principio, antes de que algo saliera mal y el vínculo entre el pueblo y el gobierno se resintiera. Muchos argentinos consideran que la realidad se crea en Buenos Aires y no en el resto del país, pero piensan que la realidad se concentra todavía más en París o en Nueva York. Creo que hasta que George W. Bush empezó a cometer tonterías la mayor parte de la gente del mundo pensaba que la realidad se producía en los Estados Unidos. Eso se terminó. Se ha visto que los estadounidenses pueden ser tan torpes como cualquiera, y que lo que están produciendo ya no es una realidad interesante.

-Usted parece bastante optimista acerca de la propagación por el mundo del gobierno electrónico.
-En algún momento los pueblos se tienen que dar cuenta de que sus gobiernos les cuestan más dinero que los beneficios que les reportan. En Italia, por ejemplo, el gobierno es una farsa. Los italianos lo disfrutan y el resto del mundo lo tolera. Lo que ocurre es que Italia es todavía lo suficientemente rica como para permitirse el lujo de ser gobernada por Berlusconi, pero no estoy ciento por ciento seguro de que la Argentina pueda permitirse un mal gobierno.

-¿Usted se refiere al costo económico de la corrupción?
-Creo que cierto porcentaje de corrupción es inevitable en todo el mundo, y esto es tolerado. Pero en los países del Tercer Mundo (le aclaro que no considero que la Argentina sea un país del Tercer Mundo, para nada, creo que está muy lejos de eso), el porcentaje del total de los recursos financieros disponibles que se pierden por causa de la corrupción se ubica entre el cincuenta y el sesenta por ciento. No hay economía que pueda soportar eso.

-En "The Skin of Culture" usted decía que, en el futuro cercano, tendríamos globalización o fragmentación. ¿No cree que actualmente tenemos ambas?
-Sí, las dos han venido juntas. Cuando escribí aquel libro no conocía el término glocalización, que indica la coexistencia de lo global con lo local. Un ejemplo de la coexistencia de la globalización con la fragmentación es el terrorismo, que se ha convertido en la condición natural de la guerra en el siglo XXI.

-¿El terrorismo internacional es una característica del mundo globalizado?
-Totalmente. El terrorismo requiere una inversión mínima y reporta un rendimiento máximo. A una organización terrorista cometer un atentado puede costarle unos pocos hombres y, a cambio, le garantiza la mayor repercusión en la prensa de todo el mundo. Por otra parte, el terrorismo es insoportable, así que ante él podemos tomar lo que yo llamo la "vía Buñuel" (en el film "Ese oscuro objeto del deseo", Luis Buñuel muestra a Fernando Rey enfrascado en sus cosas mientras que, a su lado, estallan explosiones en la ciudad) o tratar de resolver el problema. Y creo que o arreglamos estas cosas en los próximos veinticinco años o no las resolvemos más, porque pasarán a ser males crónicos. Espero que la globalización ayude a reducir el terrorismo.

-¿Cómo podría hacerlo?
-Creando el sentido de espacio común, de república. La república electrónica es un espacio común de servicios para todos, que va más allá de las fronteras. Un mundo multicultural es aquel en el que, de común acuerdo, las principales culturas y religiones aceptan vivir en tolerancia. Canadá tuvo éxito en esto.

-Usted dijo hace un momento que la fragmentación que tenemos ahora no es nada comparada con la que produjo el alfabeto. ¿A qué se refería?
-Mucha gente coincide en la apreciación de que el gran tema es Internet. Yo creo que el gran tema es la electricidad. Internet es una de las hijas de la electricidad, es una transformación conectiva de la electricidad. La corriente eléctrica ha penetrado nuestras vidas, nuestras mentes, nuestros cuerpos. La sociedad pasó de la oralidad a la literalidad gracias a la imprenta. El Renacimiento fue una gloria de los descubrimientos del mundo, de la persona, de las ciencias, de la clasificación de la información y las artes y, a la vez, también el horror de las guerras religiosas. El desplazamiento de lo colectivo a lo individual fue la gran revolución del Renacimiento. Lo que está pasando hoy es lo inverso: nos movemos de lo individual no ya a lo colectivo, sino a lo que yo llamo lo conectivo: individuos que se conectan entre sí y, a su vez, forman grupos que se interconectan. El alfabeto fue explosivo; la electricidad es implosiva. El alfabeto fraccionó el conocimiento en categorías, permitió la clasificación, la aparición de la biblioteca. Internet, en cambio, juntó toda la información que solía estar separada. Internet es el reverso de la biblioteca. También es implosiva en el sentido de que acorta los tiempos y las distancias. Esa aceleración libera una gran cantidad de energía. Creo que los hechos que ocurrieron en septiembre de 2001 son una típica expresión de las condiciones implosivas del planeta.

-¿Por qué?
-El mundo implosiona. Reúne agendas muy diferentes entre sí, desde el punto de vista ideológico, económico y tecnológico, y trata de integrarlas demasiado rápido. No estoy hablando de una especie de choque de civilizaciones, pero sí del encuentro brusco de maneras de pensar el mundo y de entender los valores totalmente diferentes entre sí que, en sus formas extremas, derivan en el fanatismo. La caída del Muro de Berlín es un perfecto ejemplo de implosión, así como el derrumbe de las Torres Gemelas. La caída del Muro fue el resultado de la convergencia de presiones del Este y el Oeste sobre un mismo punto (el Muro) al que destruyó. Y entonces la reunificación gradual ocurrió; no está sucediendo sin desafíos y dificultades, pero está sucediendo. La división de Alemania era artificial, pero las diferencias de mentalidad y los diferentes puntos de referencia (aun los espaciales) entre el mundo musulmán y el mundo occidental cristiano no son artificiales. Nosotros no tenemos Meca, no confundimos el espacio de la Tierra con el espacio de Dios. En determinado momento, separamos la religión del Estado. Ahora podemos ver las dramáticas consecuencias de la reunificación de esos dos ámbitos y, nuevamente, los problemas de privilegiar la ideología al buen gobierno.

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