Argentina-España: Una amistad que se hizo en las
duras y en las maduras
La
amistad entre los pueblos de España y Argentina viene de lejos, y ha resistido a gobiernos de
distintos signos ideológicos así como también a épocas difíciles que les
tocaron vivir a ambos países. Es una amistad cimentada en las buenas y en las
malas épocas que le han tocado vivir a ambos pueblos. ¿Cómo olvidar, por
ejemplo, y empezando por muy atrás, el origen de nuestra lengua y de nuestra
religión? Y también lo que muchos autores señalan como muy positivo: el
mestizaje de aquellas épocas remotas.
Avanzando
en nuestra relación de siglos y dejando de
lado por un momento el origen histórico de nuestras relaciones, quiero
remarcar algunos jalones de las últimas décadas de esta vieja amistad: luego de
la guerra civil española nuestro país recibió solidariamente a hombres muy valiosos como
Rafael Alberti, Francisco Ayala, Jardiel Poncela, y antes de partir para Lisboa
al propio Ortega y Gasset quien ya era un asiduo y destacado visitante. Él
mismo lo remarca –y agradece- cuando recuerda que llegó a nuestro país como “un
joven filósofo” y que fue acogido con el cariño y el reconocimiento que recién
alcanzaría años después. Sus artículos en el diario La Nación y en la revista
Sur y en especial su amistad con Victoria Ocampo (de la que dan cuenta sus
cartas) eximen de mayores comentarios.
Pero
quizá quien más cercano está a mi profesión de abogado sea don Luis Jimenez de
ASúa uno de los cultores del Derecho Penal. Se exilió en Argentina y vivió en
Bs. As.desde 1939 hasta su muerte en 1970. Su Tratado de Derecho Penal
en siete tomos, ha sido considerada una de las obras maestras de la materia.
Generaciones de abogados argentinos abrevamos en las enseñanzas de este insigne
tratadista.
Pero también
España, a su turno, fue generosa en acoger a la emigración masiva de los exiliados que escapaban de los golpes
militares de Argentina. En especial luego de 1976. Uno de ellos llegó a ser
miembro del Alto Tribunal de Justicia español. Y también España fue generosa, pese a que era
una época difícil por la emigración masiva hacia la Unión Europea, con los
emigrados por razones económicas o profesionales que en los últimos años
llegaban a España.
En 1945, la recién creada ONU rechazaba el ingreso de España y en 1946 recomendaba a sus
miembros la retirada de sus embajadores. El pueblo español fue quien más sufrió
las consecuencias del aislamiento que le impusieron al régimen franquista naciones
como Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, que no veían con buenos ojos la pervivencia del régimen. Sólo la Argentina firmó un tratado de relaciones
comerciales en enero de 1947, ratificado con la visita de Eva
Perón en junio del mismo año. Por aquí algunos viejos españoles recuerdan la
leche y el pan con que la solidaridad argentina rompía un bloqueo que afectaba
sobre todo al pueblo español.
Y para
demostrarnos que la relación entre ambos países va más allá de cualquier sesgo
ideológico y supera a los propios gobiernos quisiera remarcar que mientras
España acogía durante 17 años el exilio del ex presidente Perón los exiliados
españoles rehacían su vida en nuestro país.
La
emigración masiva de españoles (e italianos) a nuestro país desde principios
del siglo XX hasta casi mediados de siglo ha dejado huellas en nuestra cultura,
nuestra música, nuestras comidas. El centro Lucense de Buenos Aires, el centro
pontevedrés, el Casal de Cataluña, el restaurant vasco, etc. nos recuerdan
todavía esa transfusión de sangre española. Hay pocas familias argentinas que
no recuerden algún abuelo, padre, tío o amigo de la familia que venía con la
“morriña” de su tierra.
Y, por último la solidaridad de España con Argentina en la crisis de 2001.
Por todo
eso, creo que ningún gobierno circunstancial podrá romper ese vínculo amasado en años de intercambio de todo tipo pero, en especial, un intercambio fraternal.
Crisis: ¿Es culpable la sociedad argentina?
El filósofo español José Antonio Marina pareciera que nos
retratara: “Además de la inteligencia individual hay también una Inteligencia
social: es la que emerge de los grupos, asociaciones o sociedades, la que nos
permite hablar de sociedades inteligentes o sociedades estúpidas” (La
inteligencia fracasada, Ed. Anagrama). La inteligencia individual argentina
está fuera de discusión. Lo que está en discusión es nuestra inteligencia
social, comunitaria.
Por eso, quizá, por esa falta de inteligencia social los
pecados capitales vuelven y vuelven, una y otra vez, a la Argentina. Los
especialistas en management anglosajones acuñaron hace años un concepto
brillante: ¡organizaciones que aprenden! Los japoneses hablan de organizaciones
que “crean conocimiento”. ¿Aprendemos? Si no aprendemos de los errores
estaremos condenados a repetirlos. Y así a empezar siempre de nuevo.
“Sociedades estúpidas son aquellas en que las creencias
vigentes, los modos de resolver conflictos, los sistemas de evaluación y los
modos de vida, disminuyen las posibilidades de las inteligencias privadas. Una
sociedad embrutecida o encanallada produce estos efectos” (Marina, ob. cit.).
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