Nuestra notoria incapacidad colectiva para aprender de los
errores -para no volver a repetirlos- nos ha llevado a un dramático callejón sin salida.
Nuestra reconocida inteligencia individual no se corresponde con nuestra pobre
inteligencia colectiva. “Hay sociedades inteligentes, que aprenden rápido, que
utilizan diligentemente sus recursos, que administran con justicia el poder, y
sociedades estúpidas que no aprenden de la experiencia, que administran
arbitrariamente el poder y que oprimen a los ciudadanos”, dice el filósofo
español José Antonio Marina. Parece dicho justo para nosotros que no hemos
podido –ni sabido- a través de los años construir una sociedad justa,
equilibrada, honesta.
Los argentinos, y en especial quienes dirigen a los
argentinos, hemos cometido muchos errores. Y no solamente este gobierno que no sólo no resolvió ninguno
de los problemas que nos aquejaban de años, sino que los profundizó. Como un
mantra diabólico reiteramos una y
otra vez los mismos errores. Dictaduras,
default (no sé por qué no se dice quiebra
que es palabra española y mucho más explícita), corrupción desatada, clientelismo,
búsqueda enfermiza del poder absoluto, el
que apuesta al dólar pierde, la muerte a la vuelta de la esquina por un par
de zapatillas, etc. Y los errores cometidos en la dirección de la cosa pública
desembocaron en el fracaso no sólo ya de esas clases dirigentes ineptas y
vacuas sino en el fracaso del país todo.
Ya casi no tenemos ninguna de las condiciones reales que
caracterizan una nación: un pasado común, un territorio y un futuro compartido.
Apenas si un menguado territorio. Por ahora. La nación como un proyecto sugestivo de una vida en común
(Ortega y Gasset) ha quedado enterrado por muchos años. Sólo nos queda una
última posibilidad: armar un nuevo proyecto sugestivo de vida en común, porque
tal como dice Ortega, los grupos que viven en un Estado no conviven por estar juntos, sino que viven para hacer algo juntos. Lo
decisivo para que una nación exista, dice, no es el ayer, el pretérito, el
haber tradicional sino lo venidero. Las naciones se forman y viven de tener un programa para mañana (España Invertebrada).
No hemos sabido construir un país justo y vivible. Hace por
lo menos tres o cuatro décadas que perdimos el rumbo. Cuánto más tardemos en
decirlo (y decírnoslo), sin eufemismos ni balbuceos, menos posibilidades tendremos
de salir de este marasmo que nos inmoviliza y nos agobia. Terapia colectiva,
sinceramiento brutal, catarsis. Llámeselo como quiera, pero al menos empecemos
por acordar que los errores reiterados nos llevaron al fracaso como nación. Los españoles luego de una cruenta guerra
civil y 30 años de dictadura aprendieron a convivir. Y una palabra fue el
pivote de la difícil Transición: consenso.
Aprendieron a consensuar desde la Constitución nacional de 1978 hasta en una
reunión de consorcio de propietarios (consenso).
Alemania de la posguerra se reconstruyó de las ruinas y la humillación (trabajo). O los cuatro tigres asiáticos
crearon una generación de nuevos países industriales que se localizan en Asia
(Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán) y que, entre 1960 y 1990,
mantuvieron altas tasas de crecimiento e industrialización luego de guerras y
devastaciones (innovación y conocimiento).
Es posible. Pero con consenso, trabajo, innovación y conocimientos.
¿Qué pasaría si acordamos que hemos cometido errores? TODOS.
A mayor autoridad que haya tenido o tenga corresponderá una mayor responsabilidad en el fracaso, eso es
cierto. Pero también la sociedad ha sido, quizá culposa y no dolosamente,
tolerante con los dictadores, simpática con los chantas, miraba para otro lado con
los ladrones, elegía por el voto cuota o por conmiseración con la viuda, etc.
Una o dos generaciones están comprometidas. Ya nadie podrá
soslayarse. Aunque quiera. Un ejemplo: vivir
en un country me mantiene seguro era una muletilla hace diez o quince años.
Pues no. Quedó demostrado que nadie puede escapar de la inseguridad. Así como nadie pudo
escapar de la inseguridad nadie puede escaparse del destino común. Nadie “se
salva sólo”. Para salir de esto sólo queda esbozar otro
proyecto. Pero controlado, avalado y ratificado por la mayoría de la población. Que la mayoría de la población asuma de una vez el país que quiere.
Para que después no nos desahoguemos en la redes insultando al gobierno de
turno.
(Este artículo fue publicado hace ocho años. Todo sigue igual)
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