miércoles, 13 de agosto de 2014

Un largo adiós al país que no fue


 Errar es humano, persistir en el error es diabólico” (San Agustín)


Nuestra notoria incapacidad colectiva para aprender de los errores -para no volver a repetirlos- nos ha llevado a un dramático callejón sin salida. Nuestra reconocida inteligencia individual no se corresponde con nuestra pobre inteligencia colectiva. “Hay sociedades inteligentes, que aprenden rápido, que utilizan diligentemente sus recursos, que administran con justicia el poder, y sociedades estúpidas que no aprenden de la experiencia, que administran arbitrariamente el poder y que oprimen a los ciudadanos”, dice el filósofo español José Antonio Marina. Parece dicho justo para nosotros que no hemos podido –ni sabido- a través de los años construir una sociedad justa, equilibrada, honesta.
Los argentinos, y en especial quienes dirigen a los argentinos, hemos cometido muchos errores. Y no solamente este gobierno que no sólo no resolvió ninguno de los problemas que nos aquejaban de años, sino que los profundizó. Como un mantra diabólico reiteramos una y otra vez los mismos errores. Dictaduras, default (no sé por qué no se dice quiebra que es palabra española y mucho más explícita), corrupción desatada, clientelismo, búsqueda enfermiza del poder absoluto, el que apuesta al dólar pierde, la muerte a la vuelta de la esquina por un par de zapatillas, etc. Y los errores cometidos en la dirección de la cosa pública desembocaron en el fracaso no sólo ya de esas clases dirigentes ineptas y vacuas sino en el fracaso del país todo.
Ya casi no tenemos ninguna de las condiciones reales que caracterizan una nación: un pasado común, un territorio y un futuro compartido. Apenas si un menguado territorio. Por ahora. La nación como un  proyecto sugestivo de una vida en común (Ortega y Gasset) ha quedado enterrado por muchos años. Sólo nos queda una última posibilidad: armar un nuevo proyecto sugestivo de vida en común, porque tal como dice Ortega, los grupos que viven en un Estado no conviven por estar juntos, sino que viven para hacer algo juntos. Lo decisivo para que una nación exista, dice, no es el ayer, el pretérito, el haber tradicional sino lo venidero. Las naciones se forman y viven de tener un programa para mañana (España Invertebrada).
No hemos sabido construir un país justo y vivible. Hace por lo menos tres o cuatro décadas que perdimos el rumbo. Cuánto más tardemos en decirlo (y decírnoslo), sin eufemismos ni balbuceos, menos posibilidades tendremos de salir de este marasmo que nos inmoviliza y nos agobia. Terapia colectiva, sinceramiento brutal, catarsis. Llámeselo como quiera, pero al menos empecemos por acordar que los errores reiterados nos llevaron al fracaso como nación. Los españoles luego de una cruenta guerra civil y 30 años de dictadura aprendieron a convivir. Y una palabra fue el pivote de la difícil Transición: consenso. Aprendieron a consensuar desde la Constitución nacional de 1978 hasta en una reunión de consorcio de propietarios (consenso). Alemania de la posguerra se reconstruyó de las ruinas y la humillación (trabajo). O los cuatro tigres asiáticos crearon una generación de nuevos países industriales que se localizan en Asia (Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán) y que, entre 1960 y 1990, mantuvieron altas tasas de crecimiento e industrialización luego de guerras y devastaciones (innovación y conocimiento). Es posible. Pero con consenso, trabajo, innovación y conocimientos.
¿Qué pasaría si acordamos que hemos cometido errores? TODOS. A mayor autoridad que haya tenido o tenga corresponderá una  mayor responsabilidad en el fracaso, eso es cierto. Pero también la sociedad ha sido, quizá culposa y no dolosamente, tolerante con los dictadores, simpática con los chantas, miraba para otro lado con los ladrones, elegía por el voto cuota o por conmiseración con la viuda, etc.
Una o dos generaciones están comprometidas. Ya nadie podrá soslayarse. Aunque quiera. Un ejemplo: vivir en un country me mantiene seguro era una muletilla hace diez o quince años. Pues no. Quedó demostrado que nadie puede escapar de la inseguridad.  Así como nadie pudo escapar de la inseguridad nadie puede escaparse del destino común. Nadie “se salva sólo”. Para salir de esto sólo queda esbozar otro proyecto. Pero controlado, avalado y ratificado por la mayoría de la población. Que la mayoría de la población asuma de una vez el país que quiere. Para que después no nos desahoguemos en la redes insultando al gobierno de turno. 
(Este artículo fue publicado hace ocho años. Todo sigue igual)


 

 

 

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